"Trabajar durante 6 meses para luego irse 2 semanas de vacaciones es absurdo"
Oct 14, 2021
5 mins
Journaliste - Welcome to the Jungle
En las últimas semanas, a muchos nos ha tocado cambiar las chanclas por los mocasines, las camisetas por las camisas recién planchadas, el pelo suelto por un moño bien arreglado y la mochila por el maletín. No tiene sentido seguir engañándonos: el verano ha quedado atrás y, con él, sus promesas de evasión y libertad. Los empleados retoman la frenética carrera donde se entremezclan trabajo, socialización y descanso. Y es que hoy en día, hasta el descanso está programado, cronometrado y racionalizado. Sin embargo, cada año es la misma historia: apenas hemos puesto un pie en la oficina, que ya volvemos a sentir la necesidad de irnos otra vez de viaje. ¿Deberíamos asumir el hecho de que tener un mes reglamentario de vacaciones al año ya no es suficiente para recargar las pilas? ¿Y si nos estamos equivocando al alternar periodos de intensa actividad con largos descansos estivales?
Albert Moukheiber, doctor en neurociencia, psicólogo clínico y colaborador de Welcome to the Jungle, nos explica por qué el síndrome postvacacional no es más que la consecuencia de un ritmo social desconectado de la naturaleza.
Por lo general, los empleados afirman sentirse muy deprimidos a la hora de volver al trabajo tras las vacaciones. ¿Deberíamos preocuparnos o no nos queda más remedio que aceptarlo?
Albert Moukheiber: Podríamos afirmar que todo el mundo se queja al volver al trabajo, aunque no tengamos cifras exactas al respecto. Como psicólogo clínico, en estas fechas nunca he apreciado un aumento de los casos de depresión, burnout o trastornos de ansiedad. Pero sin llegar a estos extremos, sí que es cierto que es una época en la que nos quejamos más. ¿Es normal? Primero habría que definir qué es lo normal. Si consideramos que “normal” es todo aquello que está bastante generalizado, entonces el síndrome postvacacional no tiene nada de anormal.
¿Nos quejamos más en esta época porque no nos gusta tener que volver a una determinada rutina? ¿O quizás porque no estamos preparados para pasar del descanso a la actividad intensa?
Es un poco más complicado. En primer lugar, sería erróneo pensar que pasamos de una fase en la que no hacemos nada a otra en la que no paramos: en vacaciones no estamos inactivos, ¡al contrario! Puesto que nos pasamos meses esperando este merecido descanso, también hay cierta presión por aprovecharlo al máximo y disfrutar cada minuto. Es muy raro que alguien te diga: “Voy a pasarme tres semanas tirado en casa, sin hacer nada”. ¡Por desgracia, las vacaciones no son sinónimo de inactividad! Aunque no sea igual que en el trabajo, la presión por rendir al máximo sigue estando presente. Seguimos teniendo una meta, un objetivo por alcanzar, y es una idea totalmente contraria a la necesidad de recargar pilas y de no hacer nada. En tales condiciones, no es de extrañar que nos sintamos cansados al volver al trabajo.
Según ese planteamiento, ¿entonces el problema reside en la forma de organizar las vacaciones?
Efectivamente, creo que es muy mala idea creer que hay que trabajar como un loco durante seis o nueve meses, para luego irse a Camboya quince días a recargar las pilas, y después volver a machacarse en el trabajo. Es como si digo que voy a dejar de comer durante un mes para luego pegarme el atracón de mi vida de una sentada, o que no voy a dormir durante tres semanas para después pasarme una semana en la cama. Es completamente absurdo, ¡y sin embargo es lo que hacemos todos! Ya sea por trabajar a destajo durante todo el año o por alejarnos de todo durante las vacaciones, al final siempre se nos olvida concedernos momentos de descanso, algo fundamental para nuestro bienestar.
Sin embargo, las vacaciones que tanto nos gusta planificar no dejan de ser una recompensa que nos permite aguantar cuando estamos agobiados o cuando nuestro trabajo ya no nos motiva.
Es cierto que tras la revolución industrial se inventó un nuevo ritmo social que alterna vacaciones y trabajo, pero esto no siempre ha sido así. Por ejemplo, los campesinos del siglo XIX tenían que cultivar sus tierras según el ritmo del sol y de las estaciones. No araban todos los días de 9 a 5, y en invierno solía haber menos trabajo. Hoy en día tenemos que levantarnos, vestirnos, ir a la oficina y hacer exactamente el mismo trabajo día tras día, durante más de 40 años. Pero no somos robots y necesitamos tiempo libre, más allá de los momentos sagrados de las vacaciones y los fines de semana.
¿La repetición no es buena para nuestro equilibrio y nuestro cerebro?
Digamos que nuestro cerebro es capaz de adaptarse a casi cualquier situación, pero eso no significa que sea bueno para nosotros. Pensemos en las relaciones tóxicas, en las dictaduras… El ser humano puede vivir con ello, pero ¿a qué precio? Por otra parte, es evidente que lo que hemos ganado en nivel de vida en los últimos 200 años no ha mejorado nuestra satisfacción vital. Por ejemplo, un empleado francés que gane un buen sueldo, tenga acceso a agua corriente y a electricidad, pueda comer hasta saciarse y vestir a la última, no siente necesariamente una mayor satisfacción vital que alguien que viva en otra región del mundo donde el nivel de confort no sea el mismo. Esta observación nos plantea una pregunta fundamental: ¿por qué ponemos tanto empeño en algo que no nos hace más felices?
¿Cuál sería el remedio entonces? Trabajar menos, espaciar las vacaciones, tener más tiempo libre…
Consideremos la idea de la semana laboral de cuatro días. Si solo trabajo cuatro días a la semana, mientras que los demás trabajan cinco, seguramente sienta menos presión a la hora de ocupar cada hora en mis días libres. Ya no me sentiré culpable por no hacer nada el tercer día, puesto que todo el mundo estará ocupado. Así que podría ser una buena idea. El objetivo es encontrar un ritmo que elimine la presión de tener que rendir en el trabajo o en la vida cotidiana y de llenar una agenda ya de por sí saturada. Por otro lado, no existe una fórmula mágica para este problema, ya que es una cuestión de perspectiva. ¿Te apetece probar el yoga o la meditación? Si lo que buscas es conectar contigo mismo, dejarte llevar o relajarte, entonces perfecto. Pero si empiezas a poner el despertador a las 5 de la mañana para hacer un saludo al Sol a primera hora del día, estarás volviendo a lo mismo de siempre. Lo mismo ocurre cuando nos ponemos a leer: está el que hojea un libro tranquilamente, y el que no puede irse a dormir sin haber terminado un capítulo.
En términos prácticos, ¿cómo te aseguras de tener momentos cada día en los que no hacer nada?
¡Nunca he dicho que fuera fácil! (Se ríe). Por ejemplo, en mi caso hubo un tiempo en que llegaba a casa, me sentaba en el sofá y no hacía nada. Al principio me decía que era completamente ridículo, quedarse ahí mirando las musarañas… Ahora se ha convertido en algo natural, ya que sé que necesito desconectar la mente de manera regular. Si estar tumbado sin hacer nada te da miedo, también puedes pasear sin rumbo fijo. Por otro lado, como decía antes, el riesgo está en pensar en lo que vamos a sacar de ello. Es la pescadilla que se muerde la cola, y eso no funciona. Y es que, aunque se ha demostrado científicamente que la desvinculación intencional es beneficiosa, esto no resuelve el problema de cómo ponerla en práctica. Es totalmente paradójico.
¿No están organizadas nuestras vidas para ser cada vez más productivas?
Pues sí, pero eso no siempre ha sido así, y creo que todavía hay tiempo de hacer las cosas de otra manera. Creo que habría que empezar por los más pequeños, explicando a nuestros hijos que no tienen que ser los mejores todo el tiempo. En la actualidad, parece que hay que ser siempre el primero, pero ¿realmente tenemos que serlo en todo momento y en todo lo que hacemos? Puedo tocar la guitarra simplemente para relajarme, y no para convertirme necesariamente en el nuevo Jimi Hendrix. Esta forma de ver las cosas puede parecer absurda, pero es por esa manía que tenemos de inculcarnos desde siempre que no basta con ser medianamente bueno.
Traducido por Rocío Pérez / Fotos: Welcome to the Jungle
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