Género y economía: "Cuando se da poder a las mujeres, todo el mundo gana"

Nov 18, 2021

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Género y economía: "Cuando se da poder a las mujeres, todo el mundo gana"
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Laetitia VitaudLab expert

Future of work author and speaker

Nuestra experta Laetitia Vitaud, autora y conferenciante sobre el futuro del trabajo, tiene una pasión: leer los mejores libros sobre el tema y ofrecernos la esencia pura de los mismos. Este mes, le ha tocado el turno a La economía doble X: el extraordinario potencial de contar con las mujeres (o The Double X Economy, su título original en inglés), de Linda Scott.

La esclavitud moderna es, en un 71%, femenina. El 80% de la superficie cultivable de la Tierra pertenece a los hombres. En todo el mundo, como consecuencia de la brecha salarial que existe entre hombres y mujeres, estas pierden unas cantidades ingentes de dinero. Ellas son las que realizan la mayor parte del trabajo gratuito, lo cual les impide dedicar más tiempo a actividades remuneradas. Aunque las desigualdades están mucho más marcadas en los países en vías de desarrollo que en la mayoría de países ricos, el problema es básicamente el mismo en todas partes: el maravilloso potencial de la denominada economía “Doble X” (la economía en femenino) sigue sin apenas ser aprovechado.

Linda Scott, catedrática de la Universidad de Oxford, se ha convertido en una de las expertas más reputadas del mundo sobre el tema del género y la economía. En este libro de lectura obligada, titulado La economía doble X, Scott describe las desigualdades colosales entre hombres y mujeres que caracterizan la economía mundial en la que vivimos. Defiende con fuerza la idea de que otorgar autonomía a las mujeres podría contribuir a resolver algunos de los mayores problemas sociales y medioambientales: “Cuando se da poder a las mujeres, todo el mundo gana”, afirma.

Solemos entender las desigualdades entre sexos de forma inversa, pensando que primero un país tiene que estar desarrollado para, a continuación, acabar con dichas desigualdades. De hecho, acabar con las desigualdades es precisamente lo que ayudará a un país a desarrollarse. “No es que las naciones ricas hayan podido permitirse liberar a sus mujeres, sino que el hecho de liberar a las mujeres les ha enriquecido”, explica la autora.

“Cuantas más tareas del hogar realizan las mujeres, menos oportunidades económicas tienen. La sumisión al hogar también impone pérdidas y riesgos desproporcionados a las mujeres. Generalmente, se espera que supediten su ambición a la de sus maridos. Cuando llegan los hijos, es prácticamente siempre la mujer la que deja de trabajar o pasa a tener un empleo a tiempo parcial” - Linda Scott, en ‘La economía doble X’

La importancia que se da al amor priva a las mujeres de dinero

En muchos países en vías de desarrollo, las mujeres siguen sin poder poseer bienes, ya que están consideradas como bienes en sí mismas. Por ejemplo, la Uganda de la actualidad se parece al Reino Unido de la época en la que Jane Austen escribió sus novelas, a principios del siglo XIX: las mujeres no pueden heredar, no pueden acceder a un crédito y están obligadas a casarse por los beneficios económicos que brindan a los hombres de su familia. Las mujeres se intercambian de manera habitual para forjar alianzas familiares y consolidar fortunas. Linda Scott insiste en que estas transacciones, tanto pasadas como presentes, constituyen un claro caso de “trata de personas”.

No hace tanto tiempo que un gran número de prácticas hoy presentes en los países en vías de desarrollo también eran habituales en los países ricos. Por ejemplo, en el mundo occidental (Linda Scott menciona ejemplos del Reino Unido) existía un principio jurídico llamado coverture, que significaba que una mujer casada, “cubierta” por su marido, no tenía identidad jurídica ni económica propias y debía cederle el control de todos sus bienes. Así pues, el poder económico o político que una mujer podía esperar disfrutar dependía exclusivamente del afecto que su marido pudiera tenerle.

Este principio fue desapareciendo progresivamente de los ordenamientos jurídicos occidentales, aunque eso no fue hace tanto tiempo. Por ejemplo, no fue eliminado oficialmente del derecho estadounidense hasta 1982. Aunque ya no existe una imposición jurídica, nuestra cultura sigue cargando con esta herencia. Las mujeres acumulan muchas menos riquezas y no heredan tanto como los hombres, incluso cuando la legislación no lo impide. A menudo, sus salarios se consideran como un ingreso complementario. Cuando tienen hijos, sacrifican sus oportunidades económicas “por amor” y dejan que sus parejas las “cubran”.

La contraposición entre dinero y amor es tan antigua como la opresión económica hacia las mujeres. En la actualidad, muchas feministas han vuelto a interesarse por todos los mecanismos que llevan a las mujeres a sacrificar su dinero en nombre del amor. Este es también el tema del nuevo y muy esperado libro de la periodista y ensayista suiza Mona Chollet, Réinventer l’amour, que afirma que “el modelo actual del amor heterosexual solamente funciona si las mujeres se callan”.

La “penalización” por maternidad (motherhood penalty) es un peligro para todas las mujeres

El amor frena la igualdad económica entre hombres y mujeres. Pero el amor maternal hace que esta sea totalmente imposible. Incluso en el mundo desarrollado, al tener hijos, las mujeres ven sustancialmente melladas sus posibilidades de ganar dinero y mantener su independencia. Muchas de ellas se ponen a trabajar a tiempo parcial, mientras que otras dejan de trabajar por completo y tienen grandes problemas para volver a incorporarse más tarde al mercado laboral. De una u otra forma, prácticamente todas ven frenada la evolución de su carrera.

La penalización por maternidad (motherhood penalty) es un concepto conocido entre feministas y sociólogos que señala que, con la maternidad, los ingresos y las oportunidades económicas disminuyen. Diez años después del nacimiento de un hijo, las mujeres pierden una media del 40% de sus ingresos en el Reino Unido y Estados Unidos. Incluso en Dinamarca, un país más equitativo, pierden un 21%. Uno de los peores países (desarrollados) en lo que a este tema respecta es Alemania, donde la penalización maternal alcanza un 61%.

Alemania es realmente un ejemplo claro. La mayor parte de las madres (66%) trabajan a tiempo parcial cuando tienen un empleo. Aunque a muchas de ellas les gustaría trabajar a tiempo completo y ser económicamente independientes, las escuelas y guarderías solamente abren por las mañanas y se fomentan las bajas por maternidad. Cuando estas madres retoman un empleo a tiempo completo, son víctimas de discriminación por los “huecos” en su CV y por su supuesta falta de ambición.

En muchos países, entre los que se incluye Alemania, las desigualdades entre las mujeres que son madres y las que no, son mayores que las simples diferencias entre hombres y mujeres. Aunque sería un error pensar que la penalización por maternidad es un problema que afecta exclusivamente a las madres. De hecho, cuanto mayor es esta penalización en un determinado país, más discriminación se observa en el mercado laboral hacia todas las mujeres en edad de tener hijos, los hayan tenido o no. Asimismo, este hecho constituye un gran desperdicio de talento para toda la sociedad, pues se educa y forma a muchas mujeres, con los costes importantes que esto conlleva, y su talento se desperdicia.

En un momento en el que muchos países se enfrentan a una gran escasez de mano de obra, todas esas madres que desearían trabajar más representan una reserva de talento que, evidentemente, podría solucionar muchos problemas de contratación. Todo el trabajo remunerado que estas mujeres no pueden realizar debido a un acceso limitado a los servicios de cuidado de los hijos, la discriminación en el empleo o una administración tóxica, constituye una pérdida de riqueza para el conjunto de la economía. Liberar este potencial femenino sería una forma sencilla de estimular el crecimiento económico.

Por último, el enorme coste que supone la maternidad provoca que cada vez más mujeres renuncien a tener descendencia. Pero la elección entre tener hijos o no tan solo es real si las mujeres no se ven obligadas a sacrificar su carrera para ser madres. Esta podría ser la razón por la que países como Japón, Corea o Alemania, que son conocidos por no apoyar a las madres activas, tienen unas tasas de natalidad bajas. Así pues, las políticas que buscan alentar a la población a tener más hijos forzando a las madres a quedarse en casa son todo un error. Ayudar a las madres a mantener su independencia económica es la única manera de no desanimarlas a tener hijos.

¿Por qué la igualdad salarial sigue siendo un fracaso?

Desde hace algunas décadas, las mujeres estudian, de media, más que los hombres. En el Reino Unido, por ejemplo, la presencia femenina supera en un 31% a la masculina en la educación superior. Por tanto, no se puede aludir que hay falta de cualificación para justificar las diferencias salariales que aún hoy en día persisten. Además, la mayoría de países occidentales cuentan con leyes que regulan la igualdad salarial desde la década de 1960 o 1970. Entonces, ¿por qué razón no se ha alcanzado esta igualdad en ninguna parte?

Se suelen presentar tres argumentos para explicar esta diferencia: en primer lugar, la penalización por maternidad; en segundo, el hecho de que las mujeres desempeñen profesiones peor remuneradas; y, por último, la falta de evolución profesional. Según Linda Scott, esto equivale a culpar a las mujeres “por tener hijos, por trabajar en malos sectores y, de una forma u otra, por no hacer suficiente esfuerzo”.

La autora considera que, en realidad, la principal razón de esta desigualdad es “una ausencia de voluntad de los gobiernos que ha mantenido la brecha salarial entre sexos”. Las empresas que pagan a las mujeres menos que a los hombres no se exponen a grandes riesgos, pues resulta extremadamente complicado probar que hay discriminación. E incluso cuando consigues demostrar que sí la hay, los daños y perjuicios que deben pagar son demasiado bajos como para desalentar las prácticas discriminatorias. Esta es la razón por la que, en Europa, han fracasado hasta el momento todos los esfuerzos realizados por lograr la igualdad salarial. A eso hay que añadirle que no existe un consenso en la forma de medir esta desigualdad, la cual podría estar enormemente subestimada, pues la definición y los indicadores actuales son demasiado conservadores.

Después de haber leído el libro de Linda Scott, podríamos sentir la tentación de caer en la depresión, al darnos cuenta lo extremadamente arraigadas que están las desigualdades y como son de sólidos los mecanismos de perpetuación de esta dominación. Afortunadamente, la obra también propone acciones concretas que podemos llevar a cabo nosotros como inversores, consumidores, militantes, empresas o activistas. El poder de acción y la influencia de cada uno de nosotros es mucho mayor de lo que creemos.

Traducción: Jorge Berné / Foto: Welcome to the Jungle

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