Carlos Magdalena, el mesías de las plantas

08 ene 2020

5 min

Carlos Magdalena, el mesías de las plantas
autor
Clémence Lesacq Gosset

Senior Editor - SOCIETY @ Welcome to the Jungle

Este artículo fue publicado originalmente en francés en la revista impresa de Welcome To The Jungle en febrero de 2019 y ha sido traducido y editado para su publicación en esta web. Fotografías de Antoine Legond.

Carlos Magdalena es el responsable de los invernaderos del vivero tropical del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres. Este horticultor botánico autodidacta de energía desbordante, dedica su vida a salvar y conservar plantas en peligro de extinción. Carlos nos habla de su inusual trabajo y de por qué se ha ganado la fama de “mesías de las plantas”.

“Esta planta se llama trochetiopsis erythroxylon, o secoya de Santa Elena, y lleva extinguida en estado salvaje desde los años 50. Sorprendente, ¿verdad?”. Esto es lo primero que nos dice Carlos Magdalena. Este experto en salvar especies raras de plantas es conocido como el mesías de las plantas, un sobrenombre que le hace sonreír.

Para conocer a Carlos, hay que viajar hasta los prestigiosos jardines de Kew, en la zona oeste de Londres. Una vez allí, hay que conseguir seguirle el ritmo, pues no deja de dar gigantescas zancadas mientras observa el paraíso que tiene delante, moviéndose de un invernadero tropical a otro calzado con botas de senderismo. Allí cuidan 7.000 especies de plantas en cautividad, de las cuales 300 ya han desaparecido del entorno natural. “Cada invernadero tiene su propio clima, temperatura y nivel de humedad, y todo esto se controla por ordenador”, explica.

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Carlos Magdalena es uno de los pocos botánicos especializados en conservación. “Existen 80.000 plantas en peligro de extinción en el mundo, así que somos demasiado pocos los que nos dedicamos a ello, teniendo en cuenta todo lo que queda por hacer. Eso queda claro”, asegura. El botánico se distingue por su extraordinaria trayectoria y su temperamento alegre, que le han convertido en algo así como un héroe reticente. Fue la editorial británica Penguin Books quien dio a conocer públicamente el santo apodo que un periodista español le había atribuido. En el libro El Mesías de las plantas. Aventuras en busca de las plantas más extraordinarias del mundo, publicado en 2017, el botánico relata sus aventuras por todo el mundo. Tanto si se adentra en la jungla de Mauricio, como si trabaja a orillas del Amazonas o visita la tierra ocre del remoto bush australiano, emprender expediciones lejanas forma parte de su trabajo. “Acabo de pasar dos semanas en Perú, dentro de poco tendré que ir a Colombia, y en mayo tengo previsto ir a Canadá. Pero a veces no viajo durante meses”.

Carlos enseguida frena cualquier noción romántica que pueda relacionarse con sus viajes por trabajo. “Cuando viajo, siempre es por una buena razón. A veces necesito coger plantas en estado salvaje, y para ello tengo que ir a buscarlas a zonas muy remotas. En otras ocasiones traemos semillas o especies de otros jardines botánicos, y otras veces viajo para asistir a un congreso o dar una conferencia”.

No hay que dejarse engañar por su look moderno, pues esconde un gran intelecto. Carlos tiene los conocimientos científicos y habilidades necesarias para conseguir que crezcan y se reproduzcan plantas en peligro. Nos confía (bromeando, como siempre) que “es duro ser sexólogo de plantas un día sí y otro también. Tienes que saber escucharlas, pero también ponerlas a prueba. A veces las plantas pueden reproducirse solas, pero otras es necesario juntar a un macho y una hembra. Otras veces, la hembra ya no está interesada en un macho en concreto porque ya lo ha visto demasiado y necesita una planta nueva para reproducirse”. Y luego, de repente y sin avisar, “¡bum! ¡Aparece una flor!”.

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Carlos Magdalena tiene una buena razón para evocar el tema del sexo de las plantas. Su mensaje, así como sus apariciones en los medios de comunicación, tienen un único objetivo: involucrar al mayor número posible de personas en la lucha por la biodiversidad. “Quiero que la gente sepa hasta qué punto necesitamos las plantas y se alegre cada vez que logramos salvar una planta en peligro de extinción.”

Para conseguirlo, está dispuesto a hacer lo que haga falta. Ha escrito un libro, concede entrevistas por todo el mundo, publica en Facebook, se reúne con políticos y famosos, y consigue conciliarlo todo con su trabajo diario en el invernadero tropical. Aunque se le considere un “mesías”, lo cierto es que realiza las mismas tareas que el resto de horticultores y aprendices. “Entre otras cosas, ¡no puedes escaparte de regar las plantas todas las mañanas! Lo hacemos manualmente, ya que son cosas que no se pueden confiar a las máquinas. Solo el ojo humano sabe qué planta necesita agua.” Por eso, las mañanas empiezan con un desfile de regaderas y dos horas de cuidados variados entre bandejas y macetas. “Cuando hay que plantar semillas, cambiar macetas o hacer cualquier tipo de tarea mecánica, siempre trabajamos en equipo.”

Su trabajo no es apto para cardiacos. Lo que está en juego es muy importante: luchan contra la propagación de enfermedades, congelan billones de semillas de 35.000 especies, y gestionan el mayor banco de ADN y tejidos de plantas salvajes del mundo. “Forma parte de mi trabajo”, dice, “y me gusta. ¡Nunca me aburro!”

Tienes que llevarlo en la sangre y estar dispuesto a trabajar por ello. Se trata de un sector laboral en el que resulta difícil conseguir un puesto de trabajo, pues muchos jardines botánicos no se dedican a conservar especies. “Lo que hacemos tiene que ver más bien con la ciencia y la educación, y tratamos que el público pase un buen rato”, explica.

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Carlos Magdalena ha seguido una trayectoria poco habitual para llegar hasta donde está hoy. Creció en Asturias, y ya de niño le apasionaban las plantas y los animales. “Podría haber acabado cuidando elefantes en una reserva natural”, dice. Su madre trabajaba como florista y dicen que propagó su primer kiwi con tan solo 10 años. Aunque devoraba enciclopedias, enseguida se dio cuenta de que los estudios no eran lo suyo y se dedicó a hacer trabajos de todo tipo, porque era muy manitas. “Los días fueron pasando… y, de repente, al cumplir los 30 años, me di cuenta de que tenía que irme de la pequeña ciudad donde vivía y encontrar mi lugar en el mundo”. Se fue a Londres, donde empezó trabajando como camarero y ayudante de jardinero en un hotel. Más tarde, descubrió los jardines de Kew. “Este es mi lugar”, pensó. “Ahora sé lo que quiero hacer, y está aquí.”

Pero para poder trabajar allí necesitaba un diploma en Botánica, Psicología de las plantas o Genética. Decidió enviar una solicitud a la Escuela de horticultura del jardín botánico. “Pedí una cita con el director. Le dije que necesitaba trabajar allí y que, aunque aún no lo supiera, el jardín también me necesitaba a mí.” Le aceptaron como estudiante en prácticas. El futuro mesías tardó solo unos meses en realizar su primer milagro: consiguió hacer crecer un fruto a partir del último árbol de café marrón que quedaba vivo en la isla Rodrigues de Mauricio. “Aquel fruto fue el principio de mi carrera como conservacionista de plantas. Y lo más gracioso es que mi segundo apellido es Rodríguez”.

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Cuando le pedimos que nos diga cuáles son las cualidades necesarias para ser un buen mesías de las plantas, el botánico se queda callado por primera vez. Se acaricia la densa barba y dice: “La paciencia es una virtud. Ser capaz de no tirar la toalla. Querer a todas las especies, incluso al infame diente de león. Entender que, a pesar de que nunca podremos entender del todo cómo funcionan las plantas y las galaxias, tenemos que intentarlo igualmente.

Ante todo, concluye, lo más importante es observar el mundo con ojos de niño y no perder nunca la esperanza. “Soy muy optimista acerca del futuro y de la capacidad que tenemos de unir nuestras fuerzas por el bien del planeta. Consigo mantenerme optimista, aunque mi trabajo sea como una montaña rusa. A veces resulta muy frustrante porque me doy cuenta de que tendría que estar haciendo mil veces más de lo que hago. Pero otras veces me llena de satisfacción recaudar fondos para un proyecto o ver como florece una planta. Esto me ayuda a seguir creyendo en lo que hago”.

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