Una experiencia laboral en el campo: qué opinan los jóvenes del ‘Erasmus rural’
10 jun 2021
7 min
Periodista freelance
Para finales del curso 2021-2022, el Gobierno estima que 200 jóvenes españoles podrán sumarse por primera vez al llamado ‘Erasmus Rural’: una experiencia de al menos tres meses de prácticas laborales en un entorno rural, con una bolsa de empleo y de formación, “al estilo de lo que se ha hecho con el Erasmus en Europa”, según anunció la ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, el pasado mes de marzo.
El proyecto aspira a convertirse en una herramienta para luchar contra el 37,7% de desempleo juvenil, el más alto de Europa. Pero más allá del aprendizaje y la ampliación del currículum, el objetivo también es reducir la despoblación rural. el ‘Erasmus rural’ se presenta como una oportunidad para promover nuevas salidas en los pueblos así como una economía más verde y sostenible. Sin embargo, a falta de aclaraciones sobre los términos concretos en los que se llevará a cabo el proyecto, surgen muchas dudas: ¿podrán disfrutar de la experiencia alumnos de cualquier grado universitario? ¿Serán prácticas remuneradas? ¿Ofrece esta experiencia alguna seguridad laboral a largo plazo? ¿Es lo que realmente necesitan los pueblos? Hablamos con ocho jóvenes para valorar la propuesta.
Una oportunidad laboral en el campo
Carla Rivera tiene 22 años, vive en Gijón y está terminando el Grado de Lengua Española y sus Literaturas en la universidad de su ciudad. A la pregunta de si cree que un entorno rural podría ofrecerle una prácticas útiles para su futuro laboral, Rivera contesta con rotundidad: “Claro que sí”. Se ve trabajando en la biblioteca de una pequeña localidad o como profesora: “Creo que aprender a dar clases en un pueblo sería incluso más cómodo que en una ciudad porque el número de alumnos es menor y la relación sería más cercana”, explica. “Cuando conoces mejor a los alumnos y sabes lo que les atrae creo que eres capaz de ayudar a que su aprendizaje sea más llevadero”, cuenta.
Además de las salidas profesionales, Carla cree que esta sería una experiencia positiva para su desarrollo personal: “Me enseñaría a adaptarme a un ambiente que no es el mío, a estar sola o con poca gente de mi edad, a gestionar el tiempo”. Por ambos motivos, no dudaría en hacer el Erasmus rural si tuviera la oportunidad, ni tampoco en quedarse allí después de las prácticas: “Hay mucha gente de mi edad, por no decir casi todos, que con independizarnos y ganar un sueldo que no sea precario nos basta. Si un pueblo me presenta esa oportunidad yo la cogería, así que como estrategia para la despoblación podría ser buena idea”, confiesa.
“Con independizarnos y ganar un sueldo que no sea precario nos basta. Si un pueblo me presenta esa oportunidad yo la cogería, así que como estrategia para la despoblación podría ser buena idea” - Carla, estudiante de Lengua Española
Para Carlos Rosa, que acabará su grado en Veterinaria en la Universidad de Murcia dentro de un año, el Erasmus Rural sería “un sueño”: su intención desde hace años es convertirse en “veterinario de campo” pero, al haber vivido siempre en la ciudad, se siente “un poco extranjero” en los pueblos. “Si no has mamado desde pequeñito la experiencia rural, a veces no sabes cómo acercarte a estos espacios sin que te vean como un intruso, alguien que viene a ocupar un lugar sin tener ni idea de lo que hace. Yo entiendo que esto suceda, que haya esta reticencia, y por eso hacer prácticas junto a los animales que cuidan ganaderos y ganaderas, aprendiendo directamente de sus necesidades, me encantaría”, declara. Carlos cuenta que él ya se apuntó en dos ocasiones a un proyecto donde trabajaba en una granja a cambio de alojamiento y comida. El problema es que esas experiencias no dieron lugar a ningún tipo de relación laboral, lo que espera que cambie en este caso. “Si se formula como unas prácticas, lo lógico sería que si hay trabajo veterinario suficiente se valorara la continuidad”, dice.
Para ambos, a pesar de que se muestran receptivos al Erasmus rural, sería imprescindible conocer las condiciones laborales, como la remuneración durante las prácticas o si existe la posibilidad de obtener un puesto fijo, antes de aceptar: “Creo que la única reticencia que me surge con el proyecto es que las prácticas acaben siendo no remuneradas. Un mes sin remuneración vale, un mes para aprender a coger el ritmo, para el ensayo y el error del principiante, tres meses me parece pasarse”, concluye Carla.
“Lo haría por la experiencia, no por el CV”
Ariadna Martos, de 24 años, se gradúa este mes de junio en Estudios Ingleses en la Universitat de Barcelona y, aunque sus únicas prácticas han sido como traductora, ve factible hacer el Erasmus rural como maestra. Para ella, lo más atractivo de la propuesta no es tanto ampliar la experiencia laboral, sino el enriquecimiento y amplitud de miras que ofrece el proyecto anunciado: “Mudarse a una localidad con pocos habitantes te hace ver la vida de diferente manera. Por ejemplo, el hecho de no tener todo al alcance de tu mano (el cine, el bar al que siempre vas con tus amigos, etc.) te hace buscar otras formas de entretenimiento”. También señala otras ventajas: “Lo que más destacaría, y me gustaría poderlo aplicar, es poder tomarse la vida con calma. La vida en la ciudad es caótica. Lo queremos todo y lo queremos ahora mismo sin pensar en el esfuerzo o consecuencias que eso conlleva”, reconoce.
“La vida en la ciudad es caótica. Lo queremos todo y lo queremos ahora mismo sin pensar en el esfuerzo o consecuencias que eso conlleva” - Ariadna, estudiante de Estudios Ingleses
Precisamente, son otros aspectos más allá del futuro laboral los que parecen interesar a varios de los jóvenes entrevistados. También es el caso Alejandra Suárez, 22 años, que ha estudiado Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. “Creo que para una carrera como la mía no sería muy útil irme a un entorno rural, así que en mi caso si las hiciera sería por la experiencia en sí. Me parecería interesante pasar una temporada en un pueblo porque nunca lo he hecho más allá de las típicas vacaciones que duran una semana”, comenta. También encuentra algunas ventajas como, por ejemplo, reducir el coste de vida y del alquiler que paga ahora en Madrid, aunque se muestra reticente en cuanto a la consecución del objetivo del Gobierno: “Para combatir la despoblación sería mucho más útil la implementación de políticas públicas que doten a estos lugares de mejores infraestructuras”, comenta Alejandra.
o simplemente apuntarse por mero entretenimiento, “solo por diversión hice yo misma el Erasmus”, añade.
A Ainhoa Marzol, que con 27 años cursa un máster en Barcelona y estudió el grado en International Business, también le surge la misma pregunta: “¿Podría acogerme al Erasmus rural con mis estudios?”. A pesar del escepticismo, Marzol aporta una nueva perspectiva: irse a un pueblo y trabajar online puede ser enriquecedor en una época de teletrabajo como en la que llevamos año y medio inmersos. “Vivir la Covid-19 encerrados en una ciudad nos ha hecho replantearnos qué es lo que consideramos un lugar para escaparnos: mientras antes podía ser una ciudad italiana con mucha fiesta, ahora quizás es un pueblo de Zamora con vaquitas de fondo”, argumenta. “De la misma manera que hay un perfil de estudiante que busca ir de fiesta 5 noches a la semana en su Erasmus, hay también un perfil de estudiante que busca poder leer 40 libros por las tardes o acabar de publicar algo sobre el entorno rural. Está claro también que hay carreras y carreras, creo que por ejemplo llevar las prácticas de cursos de Formación Profesional allá sería perfecto”, estima.
Erasmus rural, ¿para quién?
Pero no todos los jóvenes ven las mismas posibilidades a esa experiencia profesional en áreas rurales. Sara Riveiro y Julio de Manuel, ambos recién graduados en Periodismo (ella en la Universidad Carlos III de Madrid y él en la Universidad de Málaga), se muestran críticos con algunos puntos que otros jóvenes consideran positivos: “Las ventajas de vivir en el pueblo, como alquileres más baratos y similares, son beneficios espurios, a no ser que el sueldo compense o que vayas a quedarte a largo plazo, no sale rentable irte allí”, estima Julio. Por eso, reclama al Gobierno que en lugar de potenciar nuevos proyectos, se centre “en reformar el sistema de prácticas universitarias que ya existe para que las empresas no vivan básicamente de la hornada de becarios de cada curso”.
Coincide con él Sara, que tampoco cree que sea una solución real a la despoblación: “Vivir tres meses en un pueblo puede convertirse en una suerte de retiro espiritual. Una vez superado ese idilio fugaz es cuando empiezan a pesar sus habituales carencias en materia de movilidad y transporte, oferta cultural, servicios y ayudas sociales o algo tan básico como el acceso a internet”.
La joven estudiante se pregunta también sobre la validez del Erasmus rural como medida para sufragar el paro juvenil. “Es una idea interesante, creativa y entrañable, pero creo que parte de una premisa errónea”, cuenta. “La gente joven se ve expulsada de la España vaciada porque todos los recursos se concentran en las grandes ciudades. Para una persona de veinte años, con un 40% de paro juvenil, pasar tres meses haciendo un Erasmus en un entorno más o menos rural no va a ser la solución para ninguno de sus problemas. Generacionalmente estamos en un punto de desesperación a nivel laboral que hace que surjan tendencias escapistas con fantasías de vivir en el campo y no tener que responder emails, pero no dejan de ser un parche para un problema mucho más complicado”, declara.
“Para una persona de veinte años, con un 40% de paro juvenil, pasar tres meses haciendo un Erasmus en un entorno más o menos rural no va a ser la solución para ninguno de sus problemas” - Sara, estudiante de Periodismo
“¿Un Erasmus para volver al pueblo? Ni de broma”
En el caso de María Luque, estudiante de Derecho y Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, el Erasmus rural no significaría vivir una nueva experiencia: “Para mí no tendría ningún sentido. Me pasé la gran mayoría de mi adolescencia soñando con salir de mi pueblo. Siempre he idealizado las ciudades, también el abanico de posibilidades laborales y culturales. Y aunque creo que con mis estudios podría ser una experiencia interesante, no estaría dispuesta a volver al lugar de donde siempre he querido irme, aunque fuera otro pueblo distinto”, cuenta.
María tiene una relación agridulce con el campo, que siempre consideró que “ni entiende ni valora el trabajo creativo” al que ella quiere dedicarse, pero sí valora la propuesta para estudiantes que, al contrario que ella, nunca hayan conocido la vida en un entorno rural: “Creo que sería una buena y muy necesaria dosis de realidad y humildad. Además, también obligaría a mejorar las comunicaciones y el transporte entre comunidades, algo que muchas comunidades necesitan, totalmente aisladas y olvidadas”, recuerda.
Por último, desde la perspectiva de una persona que ha vivido siempre en este entorno, recalca que el Erasmus rural no resuelve un problema que es sistémico y complejo: “La despoblación necesita soluciones más profundas. Muchas de mis amigas universitarias sí quieren volver al pueblo, pero no pueden porque no encuentran trabajo estable. Por lo tanto, están obligadas a quedarse en ciudades que no les gustan y en un tránsito continuo al pueblo, donde tienen su verdadera red de apoyo, familia y amigos. Creo que sería interesante intentar solucionar esto antes de desplazar a una población que no es autóctona y puede que no valore todo lo que puede ofrecer un pueblo”.
Foto de WTTJ
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