Japón: donde los empleados se matan (literalmente) para triunfar en el trabajo
01 abr 2019
9 min
Freelance @ Communication numérique
“La encontramos en su casa, enganchada al teléfono” relataba la madre de Miwa Sado a los periodistas de la cadena de televisión Arte durante un reportaje realizado en 2017. La joven periodista japonesa de 31 años murió de un infarto en 2013, tras haber trabajado intensamente durante varios meses, multiplicando las horas extras. Hacía unas 160 al mes y ¡en una ocasión llegó a hacer 201! En 2017, NHK, la empresa de Miwa Sado, admitió lo ocurrido: había muerto de “karoshi”, que literalmente significa “exceso de trabajo”. Infartos, accidentes cerebrovasculares, suicidios: solo en 2017, 191 japoneses murieron de “karoshi”. Los prejuicios contra la sociedad japonesa son conocidos, pero esta vez estamos ante un verdadero fenómeno que cada vez preocupa más, tanto en Japón como en el resto del mundo. ¿Cómo hemos podido llegar a esta situación? ¿Cómo puede ser que la sociedad japonesa glorifique el trabajo hasta ese punto? ¿Es la situación en Japón realmente catastrófica? Hemos intentado hacer un análisis de la situación.
El trabajo como logro personal y sacrificio colectivo
Hay que remontarse a los siglos V y VI, a la adopción de las doctrinas sintoístas y budistas por parte de la sociedad japonesa, para entender la importancia del valor del trabajo en la sociedad japonesa contemporánea. Las bases de la sociedad nipona fueron sentadas bajo el principio de que lo colectivo prima ante lo individual y que cuidar los detalles es esencial. A esto debemos añadir el confucionismo, que llegó de China más o menos en la misma época. Esta nueva corriente enriqueció la cultura japonesa con dos valores: humanidad y respeto a la jerarquía, especialmente con respecto a la gente mayor, algo que se sigue sintiendo a día de hoy. Entre las múltiples influencias, cabe mencionar el papel clave que desempeñó Suzuki Shosan, que participó activamente en el forjado de la cultura del trabajo en Japón. Este samurai convertido en monje budista otorgó una nueva dimensión a la filosofía zen. A partir de ese momento, las personas solamente podían conseguir sentirse realizadas entregándose completamente a su trabajo, de la misma forma en que se entregan a la práctica de la meditación zen. Shosan creía que era la única manera de dar lo mejor de uno mismo. Entendía el trabajo como una misión sagrada, que los dioses nos envían directamente, puesto que el sintoísmo es una religión politeísta.
El trabajo se convirtió así en el objetivo final de la vida y dejó de ser un simple medio para ganar dinero. “En Japón, el trabajo pasó a ser la vía espiritual mediante la cual los hombres obtenían la salvación”, explica Etsuo Yoneyama, profesor de japonés y de comunicación intercultural de la escuela de negocios francesa EM Lyon. “La calidad del trabajo demostraba la calidad espiritual del hombre”, afirma. Del mismo modo, el trabajo permitía vencer el egocentrismo, ya que colocaba al hombre al servicio del interés general. Contrariamente a lo que se podía ver en Europa en la misma época, con el surgimiento del capitalismo, el trabajo en Japón no servía para demostrar el éxito personal, sino para alcanzar nada más y nada menos que la paz interior. Debemos señalar que en 1868, es decir, a principios de la era Meiji (cuando Japón se abrió al exterior y a la industrialización), el sintoísmo pasó a ser la religión de Estado, por lo que era imposible librarse de ella.
“En Japón, el trabajo pasó a ser una vía espiritual mediante la cual los hombres obtenían la salvación” - Etsuo Yoneyama.
El toyotismo, productividad y horas extras
Saltemos hasta después de la Segunda Guerra Mundial: Japón había sido arrasado por dos bombas atómicas y se encontraba bajo la ocupación americana. Pero eso no fue obstáculo: el país fue aún así reconstruido en un tiempo récord, al igual que su economía. El empeño en el trabajo, la fuerza de voluntad y su famoso método de producción “justo a tiempo”, el llamado toyotismo, los japoneses demostraron su eficacia, y pronto se erigieron como un modelo a seguir. Se hablaba incluso del “milagro japonés”, pues en los años sesenta pasó a ser la segunda potencia económica mundial.
Numerosos factores explicaban el boom de la economía nipona: inversiones privadas importantes, mano de obra abundante que permitía a las empresas garantizar empleos de por vida, etc. Aún así, los economistas señalan que sería difícil exportar ese modelo al extranjero: “En Japón, los sindicatos están integrados en la empresa a la que pertenecen, representan solo a los trabajadores en regla y defienden ante todo los intereses de la empresa”. Y ya se constataban las derivas de dicho sistema: Satoshi Kamata, tras pasar cinco meses rodeado de obreros en una fábrica japonesa, describió en su libro Toyota. L’usine du désespoir (“Toyota. La fábrica de la Desesperación”, ndlr) el infernal ritmo de trabajo y cómo se incitaba a los trabajadores a trabajar cada vez más en nombre del espíritu de la empresa.
En Japón, los sindicatos están integrados en la empresa a la que pertenecen, representan solo a los trabajadores en regla y defienden ante todo los intereses de la empresa”. Henry Houben y Marc Ingham, “Par quel système remplacer le Fordisme ?” (¿Qué sistema podría reemplazar el Fordismo?, ndlr).
Quedarse cada vez más tarde: un problema actual
Nuevo salto adelante hasta 2018: la globalización, la tercera ola de la industrialización y la crisis de 2008 son una realidad, pero no la legislación social del trabajo. Las grandes empresas ya no son capaces de garantizar empleos de por vida, el Santo Grial del mercado del empleo nipón. Por esta razón, los puestos son muy codiciados y, en general, los empleados jóvenes que los consiguen están dispuestos a todo para conservarlos. Además, ¡los ascensos laborales se consiguen por antigüedad! Los recién llegados realizan muchas horas extras, con frecuencia porque tienen demasiado trabajo. “A veces, me voy del trabajo a las 11 de la noche porque aún tengo muchas cosas que hacer y no puedo llegar al día siguiente sin que las tareas estén terminadas”, explica Eri, de 25 años, que trabaja en una escuela privada en la que da clases de inglés y de programación informática a niños. Otras veces se debe al puro presentismo: “Me quedo en la oficina hasta las 10 de la noche leyendo las noticias en Yahoo!, porque no puedo irme antes que mi jefe”, dice Yuki, una oficinista.
A esto habría que añadirle que, a menudo, los contratos de trabajo son algo confusos. A veces con respecto a la cantidad de horas de trabajo semanales (que supuestamente no puede ser superior a 40, sin contar las horas extras, que están autorizadas). Otras veces la confusión tiene que ver con las tareas atribuidas al nuevo empleado: “Tenía que ocuparme de la comunicación de la empresa”, cuenta Eri, “pero como era la única empleada que hablaba inglés, al final tuve que ocuparme de organizar las clases, escribir y corregir los deberes de los niños, e incluso impartir las propias clases cuando el profesor estaba ausente”, a lo que añade: “Fue muy difícil porque no me sentía cómoda con estas nuevas misiones. Me agobié tanto que acabé sufriendo un burnout”.
“A veces, me voy del trabajo a las 11 de la noche porque aún tengo muchas cosas que hacer y no puedo llegar al día siguiente sin que las tareas estén terminadas” - Eri, empleada en Japón.
Un mundo laboral difícil
Estos testimonios resultan sorprendentes, sobre todo si tenemos en cuenta que el país sufre una importante falta de mano de obra que le ha llevado incluso a abrir sus fronteras. Contrariamente a lo que podríamos pensar, los trabajadores no disfrutan de una posición dominante ante las empresas. Además, podríamos añadir a las horas extras muchas otras obligaciones que hacen que la vida profesional de muchos japoneses se convierta fácilmente en una pesadilla: numerosas salidas tras terminar la jornada con los compañeros de trabajo (casi obligatorios), para demostrar su abnegación por el grupo y el sentimiento de pertenencia a la “familia” de la empresa; la prohibición de ser obeso desde 2006; o la obligación de adaptarse a un patrón, tanto indumentario como de comportamiento: traje de chaqueta para las mujeres, traje y corbata para los hombres, y nada de alzar la voz ni de criticar a un compañero o a un jefe. Una serie de requerimientos que pueden ser difíciles de entender para un expatriado, y que sin embargo resultan totalmente implícitos para los japoneses. De hecho, la mayoría de las veces, se trata de obligaciones que solo les afectan a ellos. Antoine, un investigador que vive allí desde hace casi 8 años, nos lo confirma: “los extranjeros disfrutamos de una situación mucho más flexible: por ejemplo, mis compañeros ven muy mal raparse la cabeza pero, en mi caso, parece ser menos problemático”.
“Los extranjeros disfrutamos de una situación mucho más flexible: por ejemplo, mis compañeros ven muy mal raparse la cabeza pero, en mi caso, parece ser menos problemático”. Antoine, investigador expatriado en Japón desde hace 8 años.
Este ambiente hostil puede provocar situaciones muy conflictivas ya que este particular contexto favorece el acoso laboral. Aunque no lleguen al karoshi, muchos trabajadores japoneses sufren en el trabajo. En 2015, se disparó el número de denuncias por humillación procedentes de jefes: el Ministerio de la Salud registró más de 60.000 casos de acoso moral, una cifra que seguramente no refleja toda la realidad, ya que en Japón la cultura del silencio tiene un peso importante. Con tanto estrés, cansancio y acoso en el mundo laboral, quizás ahora nos es más fácil entender a los hikikomori, jóvenes que deciden aislarse del mundo encerrándose en su habitación. Se sienten incapaces de controlar la presión de la sociedad japonesa, cortan cualquier contacto con la realidad y viven a través de su ordenador e Internet, lejos del mundo.
¿Y qué pasa con las japonesas?
La escasez de mano de obra en Japón podría hacernos pensar que las mujeres siempre son bienvenidas en las empresas. El primer ministro, Shinzo Abe, lanzó en 2013, y a lo grande, el programa Womenomics, con un eslogan que anuncia el tono: “Por una sociedad donde las mujeres puedan realizarse”. Su objetivo: que en el año 2020 el 30% de los puestos con poder de decisión estén ocupados por mujeres. También prometió la creación de 500.000 nuevas plazas de guardería, para facilitar el trabajo de las madres, un objetivo ambicioso si uno tiene en cuenta que en Japón la paridad no es obligatoria en las empresas, ni siquiera en política, y que automáticamente se asume que las recién casadas renunciarán a sus empleos tras contraer matrimonio, así como las mujeres embarazadas.
Ahiko, de 35 años y al mando de una start-up, nos explica : “Se supone que las mujeres deben dejar sus puestos de trabajo cuando se casan. Sin embargo, si no tienen hijos, pueden seguir trabajando. Si se quedan embarazadas, deben ser amas de casa hasta que el hijo cumpla 5 años. No lo recoge ninguna la ley, por supuesto, es más bien una regla implícita”. Cabe señalar que, en un sistema en el que la antigüedad es el principal criterio para conseguir una ascensión laboral, las madres juegan con verdadera desventaja y esta regla perjudica directamente su carrera.
Aunque algunas japonesas apoyan la regla, muchas otras luchan por seguir trabajando y a veces pagan un precio muy alto por ello. Sayaka Osakabe, víctima de matahara (es decir, de acoso a las mujeres embarazadas para que dejen sus puestos), sufrió dos abortos naturales tras sufrir acoso por parte de su jefe. De hecho, creó una asociación para apoyar a otras víctimas y defender el derecho de las madres en particular, y de las mujeres en general, a poder hacer frente a la vez a la vida profesional y familiar. A esto se podría añadir, como en el resto del mundo, el riesgo de acoso sexual: el movimiento #MeToo no ha sido menos en Japón, donde el hashtag se hizo especialmente popular cuando dimitió el viceministro de Finanzas, en abril de 2018, tras las revelaciones de varias periodistas.
“Se supone que las mujeres deben dejar sus puestos de trabajo cuando se casan. Sin embargo, si no tienen hijos, pueden seguir trabajando. Si se quedan embarazadas, deben ser amas de casa hasta que el hijo cumpla 5 años. No lo recoge ninguna la ley, por supuesto, es más bien una regla implícita”. Ahiko, emprendedor japonés.
Un mundo que cambia… despacio
Pero no todo es negro en el país del sol naciente. Aunque el poder público y las empresas todavía podrían hacer mucho más por el bienestar de los trabajadores, ya hay iniciativas que se han puesto en marcha a pesar de todo. Los parlamentarios parecen darle prioridad a las acciones simbólicas: animan a los trabajadores a salir del trabajo a las 3 de la tarde el último viernes de cada mes y se acaba de votar una ley que limita las horas extras mensuales a 100. Estas medidas resultan sin embargo una ofensa, ya que está comprobado que el riesgo de karoshi se multiplica a partir de las 80 horas extras al mes. Tanto, que por un lado las empresas incitan a sus empleados a falsificar la cantidad de horas extras que trabajan para estar bajo la ley, y por el otro los empleados acaban añadiendo horas para compensar la tarde libre que se les ha impuesto por ley el viernes por la tarde.
En otras empresas empiezan a ponerse en práctica iniciativas individuales. Antoine nos cuenta que su jefa ofrece, en su universidad, un programa de ayuda a mujeres embarazadas y madres con niños pequeños. Otras compañías han puesto en marcha acciones realmente sorprendentes con el propósito de animar a los trabajadores a irse de la oficina más temprano: apagan automáticamente las luces a las diez de la noche, cortan la conexión a internet y/o la electricidad. Pero a veces el resultado resulta insatisfactorio, ya que algunos trabajadores se traen de casa su propio router, o una linterna frontal, para poder seguir trabajando. La estrategia más reciente: una empresa obliga a los empleados que más horas extras hagan a ponerse una capa morada. En definitiva, se trata de la versión japonesa de los antiguos capirotes u “orejas de burro” de los colegios. Japón es un país donde el “qué dirán” sigue siendo de suma importancia y podría incluso ser la clave para cambiar la sociedad. Continuará…
*Henry Houben y Marc Ingham, Par quel système remplacer le Fordisme? (¿Qué sistema podría reemplazar el Fordismo?), Gérer et Comprendre - Annales des Mines, diciembre de 1995.
Traducido por María Gutiérrez Alonso
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