Dejar que tu empresa te implante un chip electrónico, pros y contras
17 may 2019
6 min
Hoy en día, es común leer titulares que nos hacen dudar sobre la veracidad de su contenido. Este artículo forma parte de esta categoría. Sin embargo, te aseguramos que los hechos que aquí contamos son completamente ciertos y que, en algunos países, ya existen empresas que implantan chips electrónicos a sus empleados. Welcome to the Jungle ha realizado una investigación para averiguar si esta práctica tiene futuro y si quizás, dentro de algunos años, todos seremos capaces de pagar nuestras comidas o abrir puertas gracias a un grano de arroz metálico debajo de nuestra piel. El principio se conoce como “biohacking” y consiste en mejorar las capacidades del cuerpo humano mediante la tecnología.
¿Qué es un chip RFID?
En los años 50, se registraron las primeras patentes relativas a la tecnología RFID (Radio-Frequency Identification, que significa “identificación por radiofrecuencia”). Inicialmente creados con fines militares, estos sistemas permiten almacenar y transmitir datos a distancia mediante pequeños objetos constituidos por una antena y un chip electrónico. En la actualidad, y gracias a una miniaturización llevada al extremo, estos chips han invadido nuestra vida diaria. Sus usos son numerosos y podemos encontrarlos en tarjetas de crédito, etiquetas antirrobo, tarjetas de acceso, pasaportes y hasta chips para mascotas.
Los chips activos
Existen dos tipos de chips: los activos y los pasivos. Los chips activos están equipados con una batería, que les permite emitir información a través de grandes distancias, y de una memoria, que les concede una mayor capacidad de almacenamiento. Cuando abres la puerta de tu garaje con un mando a distancia, un chip RFID activo emite ondas para que el sistema de apertura lo identifique y se active.
Estos sistemas permiten almacenar y transmitir datos a distancia mediante pequeños objetos constituidos por una antena y un chip electrónico.
Los chips pasivos
El principio de los chips pasivos, que son más pequeños, es aún más simple. Cada chip contiene un identificador único y quizás algunos datos complementarios, que son leídos al acercarlos a un emisor-receptor (también conocido como lector RFID o “interrogador”), el cual interpreta la información almacenada en el chip y genera una acción específica. Este es el mecanismo que se activa cuando sacas dinero de un cajero o utilizas una tarjeta de acceso para abrir una puerta.
Los implantes de chips RFID
Los hechos
Cada año que pasa, se ven más chips pasivos implantados entre el pulgar y el índice de empleados que se prestan voluntariamente, por recomendación de su empresa. El procedimiento es rápido e indoloro: una inyectadora inserta una pequeña cápsula de vidrio bajo la piel y ya está, te has convertido en un cyborg. Los chips RFID se expandieron rápidamente en la década del 2000, pero no fue hasta la década de 2010 cuando se empezaron a insertar en el cuerpo humano, en países en los que se utilizan mucho, como Estados Unidos o Suecia. El año pasado, la empresa belga NewFusion dio mucho de qué hablar al implantar chips RFID en ocho empleados voluntarios.
Lejos de volverse una tendencia
La empresa estadounidense Dangerous Things, especializada en biohacking, vendió en 2017 menos de 10.000 kits de implantes en todo el mundo. Según la compañía, esta cifra aún es muy baja como para considerar el chip una verdadera tendencia. Pero por su parte, el fundador de la empresa, Amal Graafstra, no se ha implantado solo un chip, ¡sino dos! En su opinión, la población va a terminar aceptando los chips subcutáneos y compara su aceptación con la del marcapasos, que era considerado como “obra del diablo” cuando se creó en los años 50.
Los límites actuales de los implantes de chips
Una tecnología inofensiva
En la actualidad, solo los chips pasivos se implantan en seres humanos. De hecho, la operación sería mucho más dolorosa si se tratara de implantar un chip activo, que tiene el tamaño de un encendedor debido a la batería que contiene. La ventaja de los chips pasivos es que no emiten ondas. Recuerda que estamos hablando de la misma tecnología que se usa para las tarjetas de transporte, que la mitad de las veces debes sacar de tu cartera para que funcionen. Así pues, es imposible localizar (y menos rastrear) este tipo de chips.
Una memoria limitada
Otro límite de este chip subcutáneo es su capacidad de almacenamiento. Para darte una idea, los chips pasivos más comunes en el mercado hoy en día tan solo tienen una capacidad de almacenamiento de datos de unos 500 caracteres. Este volumen de datos es suficiente para programar un chip para que abra puertas, desbloquee un ordenador, pague en la cafetería o hasta imprima documentos, pero eso también significa que contiene datos de identificación que pueden ser robados sin que te des cuenta. Un hacker con un buen sistema de lectura tan solo necesitaría pasarlo por encima del implante para recopilar la información almacenada en el chip.
Las cuestiones de seguridad
Los chips RFID constituyen un riesgo para el individuo, por supuesto, en especial en una época en la que una gran parte de nuestra información es accesible por Internet. Sin embargo, también son un riesgo para la empresa, que se expone a fallos de seguridad al agregar un canal de información adicional. Implementar chips electrónicos en los empleados es una manera de poner una tecnología innovadora a su disposición y facilitarles la vida diaria, pero a la vez representa otra posible fuente de la cual piratear información confidencial de la empresa. ¿De verdad merece la pena?
Para ser realmente útil, un chip electrónico debe centralizar mucha información confidencial, lo que significa que, si se produce un fallo de seguridad, este tendrá consecuencias más graves que si la información se encontrase dividida en diferentes secciones: llaves USB, tarjetas de acceso, papel, etc.
Los límites futuros
¿Habrá chips activos en miniatura en el futuro?
Recuerda que solo los chips pasivos han podido ser lo suficientemente miniaturizados como para ser implementados, puesto que no requieren batería. En cuanto a los chips activos, la historia es muy diferente. Estos están equipados con una batería y un sensor, que permiten al sistema emitir ondas constantemente y, por esta razón, la persona que los usa puede ser geolocalizada y sus datos pueden ser recolectados en tiempo real. Actualmente, estos sistemas existen a través de objetos conectados. Sin embargo, la comunidad científica no deja de avanzar y trabaja en el desarrollo de tecnologías para recargar los chips a través del movimiento del cuerpo humano. Si el individuo lograra actuar como batería de su chip, esto representaría un paso más hacia la miniaturización de la tecnología activa y, en consecuencia, su implantación.
Para algunos, esta es una perspectiva alentadora, pero no para todos. Imagina un chip capaz de advertirle a un diabético, a través de su teléfono, cuándo debe inyectarse la insulina y en qué dosis. En el ámbito sanitario, se trata de una innovación revolucionaria que se espera con impaciencia, pues los chips podrían hacer más fácil la vida de millones de pacientes y simplificar hasta los diagnósticos médicos más complejos. Sin embargo, sus usos derivados son motivo de inquietud. Por ejemplo, poder rastrear la localización geográfica de un individuo o tener acceso al conjunto de sus datos clínicos, con o sin su consentimiento, constituiría una violación grave de la vida privada, en especial si la persona no es consciente de ello.
¿Qué dice la ley?
En España no existe una ley específica que regule el uso de chips en seres humanos. Sin embargo, en cuanto a su uso sanitario, la Ley 41/2002 dispone que toda actuación en el ámbito de la salud de un paciente “necesita el consentimiento libre y voluntario del afectado”, que debe prestarse por escrito en los casos de “intervención quirúrgica, procedimientos diagnósticos y terapéuticos invasores y, en general, aplicación de procedimientos que suponen riesgos o inconvenientes de notoria y previsible repercusión negativa sobre la salud del paciente”. Es decir, para implantar un chip en un individuo, este tendría que dar su consentimiento libre e inequívoco por escrito, así como asumir toda responsabilidad de las consecuencias acarreadas por su decisión, que incluyen los riesgos sanitarios (varias investigaciones muestran una relación de causalidad entre el chip y el desarrollo de tumores en mascotas) o de violación de la intimidad y vida privada.
Los chips RFID seguirán evolucionando rápidamente, y quizá la realidad alcance la fantasía más pronto de lo que pensamos. Sin embargo, el marco legal internacional se mantiene intransigente en lo relativo a la integridad física de un empleado y es difícil imaginar un mundo que cambie de opinión respecto a este tema. Según los expertos, implantar chips subcutáneos en las empresas seguirá siendo un principio sujeto al consentimiento de los empleados. No obstante, no debemos subestimar este fenómeno, sino todo lo contrario.
¿Quién sabe si, algún día, los chips RFID nos permitirán intercambiar información confidencial con un simple apretón de manos? ¿O controlar una pantalla a distancia? Entonces no serían simples dispositivos sino innovaciones revolucionarias y, en consecuencia, puede que cada vez nos encontremos con más colegas que tengan un grano de arroz metálico entre el pulgar y el índice.
Foto: WTTJ
Traducido por Andreína Gil Cabrera
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