Efecto Asch: por qué la presión del grupo nos lleva a tomar malas decisiones
03 feb 2021
7 min
Journaliste indépendante
¿Alguna vez has respaldado lo que dice la mayoría, aunque no estuvieras totalmente de acuerdo? ¿Has trabajado horas extra solo porque el resto de tus compañeros se quedaban hasta tarde? ¿Has permanecido en silencio a pesar de tener una idea brillante, solo por miedo a dar una mala impresión a los demás? Si has respondido “sí” a alguna de estas tres preguntas, has vivido en carne propia el efecto de conformidad, también conocido como el efecto Asch. Este sesgo, estudiado por el psicólogo estadounidense Solomon Asch en los años 50, demuestra la influencia que un grupo puede tener sobre una decisión individual. En la época de las redes sociales, en la que ir en contra de la mayoría nunca parece una buena idea, este fenómeno cobra cada vez más amplitud tanto dentro como fuera del trabajo.
La influencia del grupo
Todo comenzó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los abusos cometidos por el régimen nazi salieron a la luz. Esto llevó a muchos investigadores y psicólogos a preguntarse cómo tantas personas pudieron participar en un sistema que infligía tal daño. Así pues, varias personas empezaron a estudiar el tema, incluido Solomon Asch, psicólogo de la Universidad de Pensilvania. Para analizar los mecanismos de la conformidad y la aceptación, Asch reunió a un grupo de estudiantes para una supuesta “prueba de percepción visual”. El ejercicio era muy simple: a la izquierda, los participantes tenían un cartel con una línea dibujada. A la derecha, otro cartel con tres líneas, una de las cuales era del mismo tamaño que la línea de la izquierda. Entonces, los estudiantes, uno por uno y en voz alta, tenían que identificar cuál de las tres líneas era del mismo tamaño que la de la izquierda.
A primera vista, no parece un ejercicio muy complicado, sobre todo porque las tres líneas son de tamaño tan diferente que la respuesta es obvia. Salvo que en cada grupo interrogado, solo uno de los participantes era el “sujeto” y todos los demás eran colaboradores cómplices del organizador. Cada grupo realizó el experimento 18 veces de forma consecutiva, y en 12 de ellas los cómplices dieron voluntariamente una respuesta equivocada. Al llegar el turno del sujeto, que respondía siempre en penúltimo lugar, este coincidía con la opinión de la mayoría en más del 70% de los casos, incluso cuando era evidente que la respuesta era errónea.
¿Por qué nos dejamos influenciar?
Para justificar sus decisiones equivocadas, los sujetos dieron tres razones principales:
- La falta de confianza en sí mismos
- El miedo a no formar parte de la “norma”
- La convicción de que la respuesta de los demás era la correcta
Asch explica el primer caso indicando que se trata de una “distorsión del juicio”. El sujeto se convence de que si todos dan una respuesta diferente a la suya, es él quien debe estar equivocado. Este fenómeno afecta sobre todo a las personas con poca confianza en sí mismas, que dudan de la fiabilidad de su propio juicio con más facilidad.
La conformidad de los “sujetos” también puede deberse al miedo a ser rechazados por el resto del grupo: las personas saben perfectamente que la mayoría está equivocada, pero prefieren concordar con ella antes que sentirse excluidos. En este caso, Asch indica que se trata de una “distorsión de la acción”. Este temor, aunque legítimo, proviene de un reflejo primitivo de supervivencia: en la prehistoria, el grupo era lo que garantizaba la supervivencia. Pertenecer a un grupo significaba poder cazar en equipo, lo cual multiplicaba las oportunidades de conseguir alimentos, protegerse mutuamente de los depredadores y perpetuar la especie. Aunque hoy en día ya no es necesario salir a cazar un jabalí en grupo, el miedo a la exclusión social es a veces tan grande que puede influir en las decisiones de un individuo. Este prefiere estar de acuerdo con los demás que correr el riesgo de ser marginado.
El último caso consiste en lo que Asch llama la “distorsión de la percepción”. En este caso, la influencia del grupo es tal que modifica la percepción de un individuo, que se convence de que la mayoría tiene la razón. Esta distorsión se puede observar en el interior del cerebro: en 2005, un grupo de investigadores de la Universidad de Medicina de Georgia realizaron un estudio en el cual observaban mediante una resonancia magnética el cerebro de los participantes cuando se les presentaba información errónea. Descubrieron que cuando la mayoría de las personas respalda una información errónea y un individuo se ve, por lo tanto, sometido a cierta presión social, su cerebro termina ajustándose al de los demás, por lo que la percepción final del sujeto es igual a la del resto.
Cómo se manifiesta este sesgo en el trabajo
En el ámbito laboral, el efecto de conformidad puede traducirse en actitudes aparentemente inofensivas pero que podrían tener graves consecuencias. Por ejemplo, puedes decidir guardarte tu opinión en una reunión y que, poco después, alguien se atreva a decir en voz alta todo lo que tú pensabas y se lleve el mérito (que quizás pueda desembocar en un ascenso) en tu lugar. O peor aún, quizás te veas en la obligación de implementar procesos o aprobar decisiones con las que no estás de acuerdo, solo porque no te animaste a pronunciarte en contra cuando aún estabas a tiempo.
Por otra parte, cuando la brecha entre tus acciones en el trabajo y tus convicciones personales se vuelve demasiado grande puede generar un cierto malestar que, si no se gestiona, podría causar burnout. Asimismo, trabajar horas extra para ajustarte a la cultura de una empresa puede resultar perjudicial para tu equilibrio entre vida profesional y personal a largo plazo y llevar también al desgaste profesional. Aunque quizás tengas buenas razones para adoptar el punto de vista de la mayoría, esta actitud puede volverse pesada en el trabajo y llevarte a aceptar decisiones con las que no estás de acuerdo y de las que serás el primero en sufrir las consecuencias.
Sin embargo, hay algunos casos en los que la presión de grupo se atenúa. Después de su primer experimento, Solomon Asch continuó sus observaciones variando los criterios, y obtuvo resultados bastante interesantes. En primer lugar, descubrió que el tamaño del grupo también puede influir en el proceso de toma de decisiones. Es decir, un individuo que contradice solo a algunas personas tendrá menos dificultades en expresar su desacuerdo que un individuo que se oponga al grupo completo. Por otra parte, basta con que una o dos personas compartan una opinión para reducir la presión de la mayoría y hacer que el individuo “se independice” del grupo. Así pues, la presión social puede ser más o menos fuerte en función del contexto.
Afortunadamente, aunque formes parte de una minoría y todos tus compañeros estén en contra tuya, existen varias técnicas que te pueden ayudar a mantener tu posición.
Consejos para evitar el efecto Asch en el trabajo (y en la vida)
Las siguientes técnicas sencillas te ayudarán a evitar tener que sufrir los efectos de este sesgo tan sutil:
1. Hazte preguntas
Ya sea en una reunión o durante la pausa para el café, acostúmbrate a cuestionar lo que percibes. Pregúntate por qué se suelen hacer las cosas de cierta forma en la oficina, si de verdad la solución propuesta es la más adecuada, si esa medida concreta realmente aumentará el rendimiento de la empresa, qué soluciones más creativas existen para alcanzar los objetivos de un cliente o cómo de eficaz es un determinado proceso. Poner en tela de juicio lo que el grupo presenta como la respuesta más obvia te permite distanciarte, desarrollar tu pensamiento crítico y no aceptar ciegamente decisiones con las que no sabes si estás del todo de acuerdo.
2. Rompe moldes
En otras palabras, cuando estés en una reunión, no te limites a hacer lo que se espera de ti. Empieza por siéntate de forma diferente al resto del grupo. Por ejemplo, mueve tu silla un poco hacia atrás si todos están muy cerca de la mesa, paséate por la sala a ser posible, cambia de posición, etc. Estos pequeños gestos te permiten separarte físicamente del grupo y, por increíble que pueda parecer, también separarte psicológicamente. En consecuencia, te resultará mucho más fácil dar una opinión contraria a la del resto del grupo.
3. Propón alternativas
Contradecir a los demás por el simple placer de demostrar tu desacuerdo no aporta nada constructivo, sobre todo en el trabajo. Para aumentar las probabilidades de que se acepte tu opinión, propicia un debate y ofrece alternativas a las decisiones del grupo. ¿No estás de acuerdo con la respuesta a una licitación? De ser así, no tengas miedo de decirlo, pero recuerda explicar tu solución alternativa. La idea es tener un debate constructivo y, entre todos, desarrollar una nueva dinámica de grupo, no que la reunión se convierta en una lucha de gladiadores.
4. Confía en tu propio criterio
Por último, no te dejes intimidar por la opinión de la mayoría. El hecho de que todos crean lo mismo no significa que su forma de pensar sea la adecuada. Atreverte a oponerte a los demás es también atreverte a demostrar que eres diferente. Esto te será mucho más fácil si te convences de que tu opinión merece ser escuchada. Ten en cuenta que quizás otras personas compartan tu punto de vista, pero estén esperando a que alguien se exprese para aventurarse a decir lo que piensan. Pero incluso si el resto del grupo no concuerda contigo, no pasa nada: al menos tendrás la satisfacción de haber expresado tu opinión, que es digna de ser escuchada aunque no sea respaldada por los demás.
El efecto de conformidad es tan sutil que incide en numerosos procesos de toma de decisiones, y su influencia varía según la persona. Una persona segura de sí misma tenderá a adaptarse menos a la mayoría que una persona más insegura. En la época de las redes sociales y la cultura de la cancelación, ir en contra de la mayoría puede ser todavía más difícil, ya que las “sanciones sociales” a veces son importantes. Sin embargo, si tienes la sensación de que estás apoyando una decisión con la que no te sientes totalmente a gusto, es recomendable que te preguntes qué te hace actuar de tal forma. A veces, esa pregunta puede ser suficiente para darte cuenta de que el precio de atreverte a dar tu opinión es mucho más bajo que el de vivir con las consecuencias de una mala decisión.
Traducido por Andreína Gil
Foto de WTTJ
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