¿Y si declarásemos el final del trabajo tal como lo conocemos?
31 may 2021
3 min
Con la llegada de la robotización, la informatización y la externalización, cada vez es más frecuente oír hablar del fin del trabajo. ¿Sería posible que el trabajo, que a día de hoy conforma la mayor parte de nuestras vidas, ocupase en un futuro menos espacio y tiempo? ¿Y a qué dedicaríamos dicho tiempo, exactamente? Quién sabe, puede que algún día echemos la vista atrás y la era en que gran parte de la humanidad desperdiciaba su vida en un trabajo ingrato de 9 a 5 nos parezca cosa de la Edad Media. ¿Sería realmente posible que el trabajo llegue a su fin?
En 1995, dos investigadores iniciaron este debate gracias a sus libros: el economista estadounidense Jeremy Rifkin con El fin del trabajo y la socióloga y filósofa francesa Dominique Méda con Le travail, une valeur en voie de Disparition? (que se traduciría como “El trabajo, ¿un valor en peligro de extinción?”). Según afirman, la necesidad de trabajar está disminuyendo en los países desarrollados, debido a la mecanización y a la externalización de parte del sector agrícola e industrial. Debido a esto, la gente busca trabajo en el sector servicios e informático, como repartidores o como autónomos en áreas técnicas o creativas, pero la necesidad de trabajar sigue siendo limitada. Los servicios se han vuelto cada vez más artificiales, a medida que se van descubriendo nuevos mercados inexplorados. Si nos paramos a pensar en conceptos como las plataformas de reparto a domicilio, de videojuegos online o las aplicaciones para pasear perros, por poner un ejemplo, ¿realmente necesitamos seguir inventando nuevos productos?
Dominique Méda propone reducir el tiempo total de trabajo para repartirlo mejor y evitar así que ciertas personas trabajen muchas horas mientras que otras no encuentran trabajo. Dicho de otra forma: menos repartidores de pizza, y más personal sanitario. También propone que se revaloricen las actividades de ocio, humanitarias o políticas, de forma que hacer algo distinto a trabajar se vuelva socialmente aceptable.
Sin embargo, no todos parecen estar de acuerdo con esta teoría. En Francia, por ejemplo, algunos sociólogos como Dominique Schnapper, o filósofos como Frank Fischbach, aseguran que a la gente le sigue gustando trabajar. De hecho, en varios países europeos el trabajo es considerado como el segundo valor más importante después de la familia. A pesar de la automatización y de la creciente precariedad, flexibilidad e individualización del trabajo, a día de hoy este sigue siendo la principal actividad de los seres humanos, a través del cual obtienen sus ingresos y sus prestaciones sociales, y los trabajadores siguen proyectando en él sus expectativas, esperanzas y proyectos.
Según Fischbach y Schnapper, lo más urgente ahora es mejorar las condiciones de trabajo. Sin embargo, este enfoque no replantea la existencia de los “bullshit jobs” o trabajos sin sentido, ni de todos los productos que la sociedad consume y que en el fondo no necesita.
Organizar la sociedad de forma diferente
Ante una “batalla” filosófica de tal envergadura, Méda responde argumentando que lo que los trabajadores esperan obtener del trabajo —es decir, un sentimiento de plenitud, de orgullo, de utilidad— puede satisfacerse gracias a otro tipo de actividades, como el voluntariado, el compromiso político o las actividades de ocio. Plantar jardines en nuestro barrio, crear un canal de YouTube para hablar de nuestras últimas lecturas, cocinar, tocar un instrumento o pasar tiempo con nuestros seres queridos son algunas de las muchas actividades que pueden llenarnos de una forma menos estresante que el trabajo, dado que nuestra supervivencia no depende de ellas. En definitiva, si nuestras expectativas pueden satisfacerse de otras maneras más allá del trabajo, y si el trabajo es menos necesario que hace un siglo, organizar la sociedad de otra manera podría ser una realidad.
Plantar jardines en nuestro barrio, crear un canal de YouTube para hablar de nuestras últimas lecturas, cocinar, tocar un instrumento o pasar tiempo con nuestros seres queridos son algunas de las muchas actividades que pueden llenarnos de una forma menos estresante que el trabajo, dado que nuestra supervivencia no depende de ellas - Dominique Méda
Los defensores del fin del trabajo no afirman que el trabajo vaya a desaparecer por sí solo, de forma automática, sino que es el momento adecuado para transformar la sociedad, reduciendo el número de horas trabajadas así como la producción y el consumo de determinados servicios y bienes “artificiales”. Parten de la base de que algunos trabajos son superfluos y podrían sustituirse por la automatización y la informatización, o incluso suprimirse si se considerasen socialmente inútiles o incluso perjudiciales para los seres humanos y el medio ambiente. Como la publicidad, sin ir más lejos.
También sería necesario transformar la protección social, a fin de evitar que la gente se vea obligada a encontrar un trabajo, por muy “bullshit” que sea, para poder sobrevivir. El trabajo tal y como lo conocemos, bajo la forma de un empleo que proporciona ingresos y derechos sociales, no siempre ha tenido este papel social central. Si organizásemos la producción de una manera diferente, sería posible concebir nuevas formas de vivir e interactuar con los demás, lo cual supondría además una oportunidad para producir menos, trabajar menos y consumir menos para vivir mejor, desperdiciar menos recursos y cuidar del planeta. ¿Te apuntas al cambio?
Este artículo es el primer episodio de nuestra serie que combina filosofía y trabajo, “Philo Boulot”. Ha sido escrito y producido en asociación con el canal francés de YouTube META.
Traducido por Rocío Pérez / Foto de WTTJ
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