¿Por qué siempre nos imaginamos lo peor?

09 jun 2021

4 min

¿Por qué siempre nos imaginamos lo peor?
autor
Albert MoukheiberLab expert

Doctor en neurociencia, psicólogo clínico y autor.

Dentro de dos semanas, tienes la presentación más importante de tu vida. Llevas meses preparándola y toda la empresa va a asistir. Llegas a casa, tu presentación está lista y tus diapositivas son perfectas. A pesar de todo, te vas a la cama y no puedes evitar darle vueltas a la cabeza. Imaginas todas las catástrofes que podrían ocurrir: el ordenador se va a quedar colgado, el proyector va a explotar, todos se van a reír de ti… En fin, todo va a salir mal. Sin embargo, sabes que estás preparado para hacer esta presentación. Estás seguro de ello, pero eso no impide que te imagines lo peor. ¿Por qué?

El estrés es algo muy particular. Es como si tu cerebro trabajara en contra tuya. Sin embargo, si remontamos un poco en el tiempo, es fácil entender por qué imaginar lo peor era antes una habilidad psicológica muy útil. Hagamos el experimento: imagina que estás en el pasado, unos miles de años después del surgimiento de nuestra especie, el Homo sapiens sapiens.

Estás en un bosque recogiendo fruta. En ese momento, oyes un ruido entre las hojas, pero no estás seguro de qué lo causa, así que debes imaginarlo. En este caso, tienes dos posibilidades. Puedes imaginar que es algo inofensivo, como el viento, o imaginar lo peor, y pensar que es un depredador. Si imaginas que es el viento y te equivocas, te costará la vida. Pero si crees que es un depredador escondido y huyes, evitarás cualquier consecuencia.

Las cebras no tienen úlceras

Desde un punto de vista evolucionista, imaginar lo peor es una ventaja adaptativa. Algunos psicólogos consideran que esta explicación evolucionista es una de las razones por las que imaginamos lo peor cuando tenemos ansiedad. Es una forma de autodefensa del cerebro conocida como el principio de precaución generalizada. Este era un principio muy relevante cuando el hombre cazaba y cosechaba sus propios alimentos, en una época en la que muchos peligros podían ser mortales.
Sin embargo, hoy en día, en el mundo moderno, una persona puede pasar toda su vida sin encontrarse nunca con un depredador. Tu presentación PowerPoint no puede saltar de la pantalla y atacarte durante la noche. Así pues, se trata de un caso de “discordancia adaptativa”, es decir, un desajuste en la adaptación de un reflejo que era muy útil y pertinente en un contexto determinado, pero que se vuelve perjudicial en otro.

Además, el estrés no es siempre negativo. Hay ocasiones en las que puede ayudarte. En estos casos, se habla de “eustrés”, es decir, estrés positivo. La diferencia entre el estrés positivo y el negativo radica en la temporalidad. En su libro ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?, publicado en 1998, el neurobiólogo estadounidense Robert Sapolsky explica que el estrés en el reino animal suele ser de corta duración. Si una leona caza una gacela, la situación dura como máximo de 10 a 15 minutos. Y la gacela no sobrevivirá si no está estresada. Así pues, en este caso, el estrés es positivo porque consiste en prepararse para una acción que permite sobrevivir.

En los seres humanos, el estrés es mucho más duradero. Sapolsky explica que es precisamente esta temporalidad la que lo convierte en algo negativo. Si tienes una presentación importante mañana, no es muy grave que te estreses la noche anterior. Pero si empiezas a estresarte un mes o varias semanas antes del evento, tu cerebro lo habrá previsto todo tantas veces que a la hora de la verdad puedes tener lagunas mentales o quedarte paralizado. En pocas palabras, es poco probable que te vaya bien.

“Si empiezas a estresarte un mes o varias semanas antes de un evento, tu cerebro lo habrá previsto todo tantas veces que a la hora de la verdad puedes tener lagunas mentales o quedarte paralizado”.

¿Cómo evitar imaginar lo peor?

1. Acepta la incertidumbre

Si alguna vez le has dicho a una persona estresada: “No te preocupes, todo va a salir bien”, probablemente sepas que esto no funciona muy bien. De hecho, nunca funciona, todo lo contrario: la persona probablemente se va a preocupar aún más. Si estás en una situación en la que un león te va a atacar y alguien te dice: “Tranquilo, todo va a ir bien”, seguramente pensarás que la otra persona no entiende en absoluto la situación en la que te encuentras.

Si trasladamos esta situación a nuestra época, seguramente pasará lo mismo. Un amigo puede querer tranquilizarte y decirte que esta será la mejor presentación de tu vida, pero pensarás que no sabe de lo que está hablando. Y lo peor de todo es que tendrás razón, ya que nadie sabe cómo se va a desenvolver una situación y eso es algo que ningún mecanismo de autodefensa de tu cerebro puede cambiar. Lo único que puedes hacer es aceptar la incertidumbre y buscar maneras de distraerte de tu estrés.

2. Distánciate

Salomón es un personaje bíblico conocido por su sabiduría. El Antiguo Testamento lo presenta como profeta y rey de Israel, que ayuda a su reino a prosperar gracias a su perspicacia y sabios consejos. Pero en su vida personal, Salomón era incapaz de tomar buenas decisiones por sí mismo, hasta tal punto que su vida privada se convirtió en un infierno que terminó ocasionando la caída del imperio. En el siglo XX, un grupo de investigadores en psicología decidieron comprobar si este pasaje de la Biblia tenía un valor científico. Después de varios experimentos empíricos, lograron demostrar que las personas somos mucho mejores en dar consejos a los demás que cuando nos los damos a nosotros mismos. Los investigadores denominaron este fenómeno como “la paradoja de Salomón”.

El último estudio importante sobre esta paradoja data de 2014 y fue realizado por Igor Grossmann y Ethan Kross. En una serie de experimentos, los psicólogos les pidieron a un grupo de estudiantes que imaginaran una situación en la que una persona descubre que su pareja la engaña. Cuando los estudiantes se ponían en el lugar de la persona engañada, reaccionaban como probablemente lo harían en la vida real: de forma instintiva, con enojo. Por el contrario, si imaginaban que esto le había ocurrido a uno de sus amigos, tenían una reacción más prudente. Esto es lo que se conoce como distanciamiento psicológico y consiste en imaginar por un momento que nuestro problema no es nuestro, sino de un tercero. A lo mejor el rey Salomón habría salvado su trono si hubiese sido capaz de imaginar qué le habría dicho él a una persona que pidiera consejo al rey.

Traducido por Andreína Gil / Foto de WTTJ

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