Tu jefe no es Dios: consejos para una relación menos vertical
20 dic 2021
6 min
Journaliste, conférencière et autrice spécialiste de la vie professionnelle des femmes
Hola, me llamo Lucile y soy periodista autónoma y autora del libro de coaching ‘Libre de prendre le pouvoir sur ma carrière’ (Libertad para tomar el poder en mi carrera) y he escrito una serie de artículos donde explico cómo dejar de ser una ‘chica buena’ y conseguir construir una carrera sin complejos.
A menudo, miramos a nuestro mánager como un ser superior al que le debemos (casi) todo, porque irradia inmunidad y poder. Así pues, nos produce simpatía cuando nos sube el sueldo, nos resulta comprensivo cuando pedimos un día libre porque nuestros hijos están enfermos (después de haber pedido disculpas 10.000 veces, por supuesto) o gentil cuando menciona nuestro trabajo en una reunión (en lugar de apropiarse de nuestro mérito como hacen algunos). A veces, también nos da miedo dejar de caerle bien, pues pensamos que de él o ella depende nuestro futuro profesional dentro de la empresa. En fin, bajo el paraguas de la suerte y de querer mantener la armonía, no tenemos (en absoluto) ni una buena relación ni guardamos la distancia adecuada con nuestro superior.
La Santísima Trinidad: padres-profes-jefes
El problema es siempre el mismo, independientemente de que el jefe sea un hombre o una mujer: en ambos casos, hemos aprendido a considerar al jefe como una figura de autoridad, dentro de la continuidad de aquellas que conocimos en el pasado, a las que debíamos obedecer a pesar de no haberlas elegido. De niños, obedecíamos a nuestros padres. En la adolescencia, dábamos explicaciones a los profesores. En el trabajo, conservamos esta relación, muy jerárquica, de dependencia unidireccional, en la que debemos satisfacer a la persona que está por encima de nosotros (a la que a menudo se supone que tenemos que “admirar”) para sentirnos bien.
Puesto que han crecido con la idea de que su valor está vinculado a la apreciación que los demás tienen de ellas, las mujeres se comportan a menudo como buenas chicas con su superior y obedecen como buenos soldados para obtener buenos resultados sin que las molesten demasiado. Es por algo que este fenómeno se conoce como el síndrome de la buena alumna. En fin, si bien entramos en un mundo profesional en el que personas adultas trabajan juntas para alcanzar un objetivo común, estas relaciones infantilizantes perduran en el mundo de la empresa, así como la cantidad de jefes que se comportan como educadores y evaluadores eternos a los que hay que hacer la pelota.
No trabajar “para” alguien, sino “con” alguien
Pero entonces, ¿qué es tu jefe exactamente? No es un profesor, ni tu amo, ni Dios, así como nosotras no somos ni su hija, ni su discípula ni su alumna. Es un trabajador más, un eslabón de la cadena de la que todos formamos parte. Si tú eres violinista, él es el director de la orquesta: cada uno conoce su partitura. Su trabajo no consiste en enseñarte a tocar el violín ni en decidir si lo tocas bien (en un principio, si formas parte de la orquesta es que esta cuestión ya está resuelta), sino en hacer que toques de forma coherente con el resto de músicos para que forméis una bella melodía.
Es cierto que el director tiene la última palabra y que tienes que respetar su legitimidad, pero esto no significa que estés obligada a entregarle tu alma ni a arrodillarte ante él. Además, él también te necesita a ti. Por esta razón, la realidad es que no trabajas “para” alguien, sino con esa persona. Esta reciprocidad lo cambia todo (incluso para tu mánager). Entonces, ¿qué se puede hacer para que la relación sea menos vertical?
1. Expresar lo que opinas
¡Extra extra! Puedes decirle a tu jefe lo que realmente piensas. No tienes por qué poner buena cara a todo lo que dice para que te aprecie. Es más bien lo contrario: la persona que dice “amén” a todo no aporta nada. Sin embargo, la diversidad de ideas hace que un equipo sea más eficaz.
Puedes decirle lo que piensas y contradecirle, todo el mundo puede dar su opinión, siempre y cuando lo hagas en pro del interés común, sin tratar de pisar a nadie o, dicho de otro modo, de forma asertiva. De este modo, puedes decir que hay una sobrecarga de trabajo (y que todo el equipo va a terminar con burnout), que piensas que marzo es un mes más apropiado estratégicamente que diciembre (con tantos días festivos) para organizar un evento o que Slack tiene sus limitaciones (nadie lee las 36 conversaciones).
Al final, tu mánager será quien tenga la última palabra (es su trabajo tomar la decisión). En cualquier caso, será consciente de cuál es tu verdadero valor añadido. Y si solo aprecia a la gente dócil, no dudes en marcharte a un lugar en el que aprecien tu valor).
2. Molestarle
La buena alumna cree que su mánager la va a apreciar si le molesta lo menos posible. Esto es mentira. No dudes en molestarle, pues para eso le pagan. Su trabajo consiste en dirigir, organizar, escuchar las necesidades de los miembros de su equipo, tener en cuenta tus comentarios y mantener la motivación. Igual que tú haces tu trabajo, él tiene que hacer el suyo. No tienes por qué aliviarlo ni ocuparte de los problemas de los que él se tiene que encargar (y que no forman parte de las tareas que requiere tu puesto): cuando no estés capacitada para solucionar un problema por ti misma, díselo. Cuanto más esperes, más grande terminará siendo el problema que vas a poner en sus manos.
3. Pedirle más
Molestarle también quiere decir pedirle más. Al tenerle miedo a nuestro jefe, ponemos en duda la legitimidad de nuestra negociación. Cuando tenemos un jefe “que nos aprecia”, solemos escuchar “no, ya sabes, en este momento es complicado, sé que lo entiendes”. Y no, la complicidad no te convierte siempre en una privilegiada (sino que hace que seas también la destinataria de mensajes sobre trabajo a las 22:00 y los domingos).
Solemos decirnos que nuestro jefe es el mejor juez para saber si merecemos que nos paguen mejor. El problema es que ahorrarle costes a la empresa siempre es una buena característica de un jefe. No esperes que te lo ofrezca él: determina tú misma cuál es tu valor, levántate de la silla y exige más (y guárdalo todo por escrito).
4. Hacerle comentarios y sugerencias
Deja de ver a tu jefe como si fuera tu instructor o un ser omnipotente que lo sabe todo (todos los jefes no han ocupado el puesto de sus empleados en el pasado). Un jefe es también un aprendiz de su trabajo de jefe. Y tú tienes un punto de vista de su actividad que él jamás tendrá.
Asimismo, no dudes en darle tu opinión en lo que a sus métodos se refiere (no se atreverá a pedírtela por miedo a parecer alguien que duda de sí mismo). No lo estarás “criticando”, sino que le estarás haciendo un servicio ayudándole a mejorar y te estarás posicionando como una empleada de gran valor. Para que no se malinterprete nuestra intención (“tus Power Point son soporíferos”), cuidamos la forma con la técnica del sándwich (cumplido + crítica + cumplido), adoptando un enfoque constructivo: (“Los Power Point son muy útiles para memorizar visualmente la información, pero son un poco largos y contienen mucha información. Tal vez te convendría resumir lo básico, lo que en mi opinión reforzaría aún más tu presentación”).
5. Pedirle que sea concreto
Un jefe que sea verdaderamente bueno no es alguien que busque ejercer un poder arbitrario sobre su equipo como si de un monarca se tratara. Es alguien que cumple sus cuatro deberes de jefe:
- el rendimiento (debe crear un círculo virtuoso),
- el respeto (fundamental),
- la escucha (para una mejor organización),
- la transparencia (para lograr que la lógica de trabajo y los objetivos se entiendan).
De no ser así, puede que tenga que tener una conversación con Recursos Humanos y el comité de empresa. Por tanto, tiene el deber de ser claro y de daros explicaciones factuales y racionales. Cuando te asigne una tarea, pídele que especifique cuáles son los objetivos y los plazos para alcanzarlos. Cuando te critique, pídele ejemplos concretos. Cuando te pida más, pregúntale que con qué medios. Sin eso, no hay un lenguaje común, sino que todo es subjetivo y se crearán muchos malentendidos en los que podrán echarte el muerto.
6. No darle plenos poderes
Te llevas bien con tu responsable, genial. Pero no pongas todos los huevos en la misma cesta. Acabar con la verticalidad de esta relación pasa también por adoptar una mayor transversalidad en tus relaciones profesionales: tienes que conocer al responsable de tu jefe y a los jefes de otros equipos. Tienes que brillar fuera de su esfera, pues es importante que él no sea el único que conozca tu valor (porque un día u otro, todos los jefes se marchan). Esto también te permitirá tener otros puntos de vista sobre tu trabajo (lo que puede ser reconfortante cuando nuestro jefe es un insatisfecho crónico).
Un jefe es alguien importante, pero nunca es solo un jefe. No será tu jefe de por vida (al contrario que tus padres). Sigue siendo una persona imperfecta, que puede cometer errores y que, sobre todo, puede mejorar. Dejar de idealizar este estatus nos permite ser nosotras mismas más fácilmente, así como trabajar mejor los unos con los otros de forma general y enriquecernos mutuamente. Él también puede llegar a decirse que, al fin y al cabo, tiene suerte de tenerte.
Traducción de Jorge Berné / Foto de WTTJ
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Más inspiración: Lucile Quillet
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