Qué hacen los genios para ser más productivos
08 jun 2019
6 min
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Fondateur, auteur, rédacteur @Word Shaper
Tanto los que admiramos a Mozart por sus óperas, a Jean-Paul Sartre por su filosofía, a Fellini por sus películas o a Agatha Christie por sus intrigas, a menudo nos preguntamos qué hacían estos artistas para ser capaces de crear tales obras maestras, mientras que a nosotros nos cuesta el simple hecho de levantarnos los lunes por la mañana.
¿Cómo organizan los grandes artistas sus jornadas para optimizar al máximo su productividad y creatividad? ¿Es mejor trabajar en un ambiente relajado o bajo presión? ¿Es preferible dedicar todo el tiempo a un mismo proyecto o más bien poco a poco, realizando paralelamente otras actividades? ¿Es necesario imponerse una rutina o, por el contrario, tratar de cambiar a menudo? Mason Currey ha reunido los rituales cotidianos de cerca de 250 artistas, compositores y creadores en el libro “Rituales cotidianos, cómo trabajan los artistas”. Su obra trata de responder a estas preguntas y define las tendencias comunes, para que podamos inspirarnos en ellas.
El tiempo de trabajo
Existen dos teorías sobre el tiempo de trabajo: hay quienes se empeñan en dedicarse a algo durante muchas horas, aun sabiendo que solo será productiva una mínima parte del tiempo y, por otro lado, están los que solo se dedican a crear una pequeña parte del día y aprovechan el resto del tiempo para alimentar su mente con otras cosas.
Según el director de cine Ingmar Bergman, hacer una película significa trabajar intensamente cerca de ocho horas diarias y obtener (con un poco de suerte) solo unos pocos minutos de creación pura. En su curso online de la web americana Masterclass, David Lynch explica lo mismo. Según él, ser creativo consiste en ponerse a trabajar sabiendo que el 90% del resultado será de mala calidad, pero resulta una etapa necesaria para conseguir tirar del hilo y obtener después una idea genial.
Es necesario entender que no existe una receta milagrosa, por lo que la clave del éxito está en encontrar la rutina que más nos corresponde. Honoré de Balzac y Victor Hugo son dos escritores franceses de renombre similar. Sin embargo, el primero dividía su jornada en dos periodos de escritura de más de seis horas, que separaba con una siesta, por lo que escribía cerca de 13 horas al día. Victor Hugo, por el contrario, concentraba todo su tiempo de trabajo en dos horas, de 6 a 8 de la tarde. Lo mismo ocurre con famosos compositores: Beethoven componía durante cerca de ocho horas cada mañana, mientras que Mozart, que se dedicaba a otras actividades durante el día, solo componía dos horas después de levantarse y dos horas antes de acostarse.
La rutina del sueño
Existen muchos clichés contradictorios relacionados con los artistas y sus hábitos de sueño. La teoría que asegura que el mundo es para los que se levantan temprano se opone a la creencia de que el exceso y la vida nocturna fomentan la creación.
Cuando uno lee el libro de Manson Currey se da cuenta de que, aunque los horarios a los que se levantan y acuestan los artistas varían mucho, gran parte de ellos coincide en la cantidad de horas de sueño. En efecto, la mayoría duerme entre seis y ocho horas seguidas cada noche. Esto no quita que los haya más madrugadores, sobre todo si tienen (o tenían) otra actividad profesional durante el día. Anthony Trollope, que fue uno de los novelistas británicos más famosos y prolíficos, trabajó toda su vida en una oficina de correos. Sin embargo, escribía tres horas cada mañana y se obligaba a escribir al menos 3.000 palabras. Este modo de vida bimodal le permitía, cuando se ponía a escribir, adoptar un modo de trabajo profundo, o deep work, es decir, estar completamente concentrado y eficaz.
Gustave Flaubert trabajaba intensamente desde las 9 y media de la noche hasta las 3 de la madrugada, mientras que Honoré de Balzac dormía de 6 de la tarde a 1 de la mañana, ¡y después se ponía a trabajar hasta las 4 de la tarde! Está demostrado científicamente que nuestra eficacia depende de nuestro ritmo circadiano, es decir, de nuestro ritmo biológico durante un día. Conocer nuestro propio ritmo nos permite definir los momentos en que somos más eficaces y en los que nos sentimos más flojos. En general somos más eficaces 4 horas después de despertarnos, mientras que después de comer dedicamos varias horas a digerir.
Pasear, hacer ejercicio y desconectar
Nietzsche escribió en su día que “los mejores pensamientos llegan paseando”. En efecto, se ha constatado que la mayoría de los artistas caminan a diario. Pasear tiene muchos beneficios, pues salir y tomar el aire permite pensar desde otra perspectiva, por lo que se ha demostrado en varias ocasiones que andar aumenta la productividad y la creatividad. Investigadores de la Universidad de Standford han comprobado recientemente que pasear permite oxigenar el cerebro y que los estudiantes se muestran más creativos después. Charles Dickens solía andar vigorosamente por Londres durante cerca de tres horas al día, John Milton daba vueltas mecánicamente a su jardín durante cerca de cuatro horas diarias, y Charles Darwin interrumpía sus jornadas de trabajo con tres paseos, uno al levantarse, otro antes de almorzar y otro antes de cenar.
El co-walking es una práctica que ha aparecido recientemente en las empresas y consiste en trabajar dando un paseo, pues los beneficios son los mismos, incluso si uno conversa con un compañero o su jefe. Otros investigadores aseguran que los efectos positivos son visibles tras solo unos minutos de esfuerzo y se prolongan incluso cuando estamos de nuevo sentados en la oficina.
El libro de Manson Currey revela además que la mayoría de los genios tienen una vida social bastante limitada, pues les parece una pérdida de energía. Era el caso de Picasso y su mujer, que solo quedaban con sus amigos los domingos, y de Marcel Proust, que se aisló completamente del mundo para consagrarse a su obra. Una vez más, cada uno tiene que tratar de encontrar el término medio que mejor le corresponda.
El espacio de trabajo
Se habla mucho de rutina, pero, a veces, lo que necesitan los artistas es, precisamente, evitar a toda costa los hábitos rutinarios para permanecer estimulados y productivos. Muchos artistas aseguran que necesitan romper con sus costumbres de creación cotidianas y buscan el cambio permanente. Es el caso de Woody Allen, por ejemplo, que necesita cambiar de habitación para poder escribir o ejecutar sus ideas. Asegura que cada cambio le aporta frescura y, por la misma razón, se toma largas duchas varias veces al día, especialmente cuando no consigue desbloquear una situación.
Algunos necesitan definir un espacio de trabajo fijo, mientras que otros buscan evitar la sensación de trabajar. Es el caso de Agatha Christie, que contó en su autobiografía que con una máquina de escribir y cualquier mesa podía trabajar, incluso encima del mármol de su baño o en la mesa del comedor. Otros necesitan trabajar en un lugar tranquilo: Graham Greene mantenía en secreto dónde estaba su despacho para que le dejaran tranquilo.
Las rutinas más insólitas
- Honoré de Balzac se bebía hasta 50 cafés al día.
- Le Corbusier comenzaba sus jornadas realizando 45 minutos de gimnasia sueca antes de servirle el desayuno a su mujer. Por las mañanas se dedicaba a la contemplación artística: pintura, dibujo, escritura… y solo iba a la oficina unas horas al día, por la tarde.
- Jane Austen le ocultaba su actividad de escritora a todas las personas ajenas a su círculo familiar. Solía escribir en trocitos de papel que podía esconder fácilmente si alguien entraba en la habitación.
- Patricia Highsmith sólo era productiva cuando escribía en la cama, rodeada de ceniceros, colillas, cerillas, donuts… y un azucarero. También tenía costumbre de beber un chupito de alcohol antes de iniciar una sesión de escritura.
- Igor Stravinsky solo conseguía componer cuando estaba seguro de que nadie podía oírlo tocar.
- Edith Sitwell se pasaba el día en la cama escribiendo. Dicen que, entre las 5 y las 6 de la mañana, se tumbaba en un ataúd abierto para inspirarse y escribir sus ficciones y poesías mórbidas.
El libro de Mason Currey refleja que existen casi tantas rutinas como artistas y que cada uno debe encontrar la que más le corresponde para disfrutar plenamente de su potencial creativo. Anfetaminas, café, alcohol… numerosos genios eran adeptos a estos estimulantes y su higiene de vida no siempre era irreprochable. Pero lo más importante es entender que hay que experimentar para conocerse, escucharse y aceptar las ideas buenas en el momento adecuado. Keith Richards compuso y grabó el estribillo de Satisfaction en mitad de la noche, pues se le ocurrió mientras dormía. Las ideas a veces son fugaces y es importante entrenarse para guardarlas y no dejarlas escapar. Sin duda, por eso Beethoven nunca se separaba de su cuaderno de notas…
Traducido por María Gutiérrez Alonso
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